martes, 25 de mayo de 2010

Lecciones del debate sobre el "casamiento" gay en Portugal.

El casamiento portugués, el matrimonio argentino y la hipocresía de quienes hablan de "unión civil".


Hoy terminé de analizar y recortar para mi futura tesis la versión taquigráfica del debate de la ley de casamiento entre personas del mismo sexo en la Asamblea de la República de Portugal (como explicaré más adelante, allá el código civil llama "casamiento" a lo que nosotros llamamos "matrimonio"). Los discursos son interesantísimos y hay algunos detalles que quisiera compartir, porque creo que puede ser útil, para la discusión en nuestro país sobre la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo que debe ser revisada por el Senado el próximo 14/7, que los conozcamos, para refutar algunos argumentos hipócritas que se plantean en contra de la igualdad y que el debate portugués ayuda a demostrar que son falsos.

Primero, una aclaración. Portugal tiene un sistema de gobierno parlamentario, con un presidente que no gobierna y un primer ministro cuyo poder emana de la mayoría electoral y de la aprobación de su programa en el parlamento (y que puede participar del debate de una ley en el parlamento, como lo hizo en este caso), y un sistema político con bloques más homogéneos y delimitados ideológicamente: un gran partido de centroizquierda (el Partido Socialista, actualmente a cargo del gobierno), un gran partido de centroderecha (el Partido Social Demócrata, opositor) y otras fuerzas con representación parlamentaria que se alían con estos últimos en algunos debates y, aun cuando no lo hagan, dejan en evidencia que existe una división por la mitad del congreso: de un lado la izquierda y centroizquierda (que suma al PS, el PC, Los Verdes y el Bloque de Izquierda) y del otro la derecha y centroderecha (que suma al PSD y el CDS/PP, integrado por demócrata-cristianos, liberales y conservadores). Ningún partido dio "libertad de conciencia" en el debate, y parece que la disciplina partidaria, en Portugal, está institucionalizada, de modo que votaron a favor del casamiento el PS, el PC, Los Verdes y el Bloque de Izquierda, a favor de la adopción conjunta sólo Los Verdes y el Bloque de Izquierda y en contra de ambas cosas el PSD y el CDS/PP. Hubo pocos diputados que quebraron la disciplina partidaria, pero hubo varios que presentaron una "fundamentación del voto" por escrito para que constara en la versión taquigráfica, dejando constancia de que "personalmente" estaban a favor del casamiento o de la adopción conjunta, pero votaban en contra por obediencia al partido, o que "personalmente" estaban en contra de una o ambas cosas, pero votaban a favor por obediencia al partido. Un dato que, teniendo en cuenta lo diferente que es nuestro sistema político, puede parecernos rarísimo.

Las cuestiones del debate que me parecieron interesantes son las siguientes:

1) EL TEMA DEL NOMBRE: El código civil portugués llama "casamiento" a lo que nuestro código civil llama "matrimonio", de modo que la ley aprobada ampliaba el acceso al "casamiento civil" a las parejas formadas por personas del mismo sexo. El código reconoce dos tipos de "casamiento": el "casamiento civil" y el "matrimonio católico", que serían dos subtipos del "casamiento" a secas, con el mismo valor legal.

En Argentina, como antes en España, quienes se oponen a la igualdad de derechos, ante el avance de los proyectos de ley que la consagran, pidieron que esos derechos recibieran el nombre "unión civil", oponiéndose a que se reconozca a nuestras uniones legales con el mismo nombre que las uniones legales heterosexuales, es decir, con la palabra "matrimonio". Argumentaron que matrimonio viene de la palabra latina mater, que significa "madre", que en su origen etimológico está "inscripto" su carácter "exclusivamente heterosexual", que ese carácter, signado por la procreación, forma parte de la "esencia" de la palabra, que además el matrimonio es un sacramento religioso, etc. Y que por eso nuestros matrimonios deberían llamarse "unión civil" o "enlace civil", pero no "matrimonio".

Más allá de que ya hemos respondido a todas esas falacias (en este link está el artículo en el que yo ofrezco una respuesta detallada a cada una de esas cuestiones), lo que me parece interesante del debate portugués es que prueba en qué medida los partidarios de la discriminación son hipócritas.

"Casamiento" no viene de "mater", ni hay nada en su etimología que pueda asociarse a la idea de la procreación (de hecho, "casamiento" viene de casa, lo que ya de por sí demuestra que es estúpido recurrir a la etimología para estos debates, ya que entonces, dos estudiantes que comparten la casa deberían, "etimológicamente hablando", poder casarse, aunque no sean pareja. Otro detalle: el verbo casar fue transitivo mientras los padres eran quienes "casaban" a los hijos, que no decidían sobre sus casamientos. Ahora es pronominal -pseudo reflexivo o recíproco-, es decir, usamos la forma "casarse", porque el que se casa es quien decide, es decir, no nos casan, sino que nos casamos. Curiosamente, en portugués, el verbo "casar" puede usarse con o sin pronombre reflexivo, con el mismo sentido intransitivo: "Ele casou" o "Ele se casou"). Tampoco se llama "casamiento" el sacramento religioso, ni se dan ninguno de los torpes argumentos que los reaccionarios esgrimen contra el uso de la palabra matrimonio.

Entonces, ¿por qué en Portugal no aceptaban que se llamara "casamiento"?

Hablaban de "defender" la "esencia" del "concepto" o de la "definición" de la palabra casamiento, sin explicar a qué se referían. Esto demuestra que todos los argumentos de orden etimológico, esencialista, religioso o "naturalista" que se esgrimen contra el uso de la palabra matrimonio, como si se tratara de un debate lingüístico, son meras excusas inventadas ad-hoc, ya que cuando la palabra es otra, como en el caso de Portugal, también se oponen a que se use. Seguramente, si en algún país no existiera en el derecho civil el "matrimonio" ni el "casamiento", sino sólo la "unión civil", y esta fuera actualmente exclusiva para heterosexuales, se opondrían a que las uniones legales entre personas del mismo sexo se llamen "uniones civiles" e inventarían otro nombre para mantener la clasificación discriminatoria.

A lo que se oponen, entonces, es a la igualdad, porque en el fondo siguen considerándonos escoria, como los antisemitas a los judíos o los racistas a los negros. Y acá está la segunda cuestión: al igual que pasó en España con el PP, los partidos políticos portugueses que se oponían al "casamiento" y proponían la "unión civil" antes se habían opuesto no a la "unión civil", que ni llegó a debatirse en Portugal (en España sí, y el mismo PP que después la propuso, antes la había rechazado en 31 votaciones en el congreso) sino a la mera equiparación de los derechos de las parejas del mismo sexo con las "uniones de hecho" heterosexuales, proyecto que votaron en contra, cuando se debatió, tanto el PSD como el CDS/PP, como se lo recordaron los partidos de izquierda y centroizquierda durante el debate.

Es decir que van cambiando su posición a medida que el debate por la igualdad progresa. Cuando el debate era por el reconocimiento de una igualdad material parcial, que incluía sólo algunos derechos y ningún nombre, se oponían inclusive a eso. Cuando el debate avanzó hacia la igualdad material y simbólica, incluyendo los derechos y los nombres, aceptaron los derechos (con excepción de la adopción conjunta) y se opusieron al nombre. La "unión civil", entonces, queda claro, nunca se propone como un avance de derechos, aunque con mucha hipocresía se proclame que esa es la intención, sino siempre como una represa para contener el avance de la igualdad, como se contiene el avance del agua. Lo que les molesta no es el nombre, sino la igualdad. Sienten que necesitan frenarla lo más que sea posible porque son homofóbicos, y, cuando ven que tienen que ceder algunos derechos, están dispuestos a hacerlo con tal de que, de alguna manera, la ley mantenga una clasificación que legitime simbólicamente la discriminación y el prejuicio contra las personas homosexuales. Todo lo demás son excusas.

2) EL TEMA DE LA ADOPCIÓN CONJUNTA: A diferencia de España y Argentina, en Portugal, el proyecto que debatió la Asamblea de la República legalizaba el casamiento entre personas del mismo sexo pero vedaba expresamente (aunque con una fórmula que la derecha consideraba que no era lo suficientemente taxativa) la adopción conjunta por parte de parejas del mismo sexo casadas. Esto motivó que el proyecto del primer ministro José Sócrates (PS) fuera atacado por derecha y por izquierda. La derecha, como ya dije, se oponía al casamiento con o sin adopción conjunta, mientras que la izquierda le cuestionaba al gobierno que su proyecto vedara la adopción conjunta.

Como el mecanismo parlamentario portugués es diferente al nuestro, lo que se votaba no era un dictamen de mayoría de la comisión, sino, en forma directa, todos los proyectos de ley referidos al tema en debate, de modo que se consideraron simultáneamente los proyectos del PS (casamiento sin adopción conjunta), de la izquierda (casamiento con adopción conjunta) y de la derecha (unión civil sin adopción conjunta), además de una "iniciativa popular" promovida por la derecha que pedía, con 90 mil firmas, la convocatoria a un referéndum, y se votaron todos, resultando aprobado el proyecto del PS (por el que la izquierda también votó a favor, para asegurar la aprobación, aunque mantuviera también su propio proyecto) y siendo rechazados todos los demás.

En ese contexto, la adopción conjunta, al igual que acá y en España, fue uno de los ejes del debate (el otro fue el nombre), pero al revés que acá, el debate no era "por qué sí", sino "por qué no". Y los discursos de la izquierda dejaron sin argumentos al PS.

La izquierda planteaba:

1) que el gobierno era incoherente y contradictorio, porque fundamentaba su proyecto en la inconstitucionalidad de la discriminación legal contra las parejas homosexuales y en sus "convicciones" antidiscriminatorias, pero, a la vez, introducía una cláusula discriminatoria en el código civil que agravaba la discriminación ya existente en materia de adopción;

2) que la ley hasta entonces vigente en Portugal no impedía que una persona gay o lesbiana, sola o en pareja, adoptara, ni que una mujer lesbiana, sola o en pareja, tuviese hijos por inseminación artificial (al igual que no lo impiden actualmente las leyes argentinas), pero privaba a muchos niños y niñas de una gran cantidad de derechos, al no reconocer su filiación con uno de sus padres o madres (lo mismo que sucede acá: los cientos de chicos que ya tienen dos papás o dos mamás en Argentina no pueden heredar a uno de ellos, no pueden recibir el salario familiar o ser beneficiarios de la obra social de uno de ellos, quedan huérfanos si muere uno de ellos, etc.). Y decían que, ante esa situación, el proyecto del PS agravaba aún más la discriminación, porque prohibía expresamente a las parejas homosexuales casadas adoptar, de modo que las parejas deberían, con la nueva ley, elegir entre casarse o adoptar, aquellas que ya hubiesen adoptado no podrían casarse y aquellas que se casaran, si luego decidieran adoptar, deberían divorciarse, llegando al absurdo de que una pareja casada no pueda adoptar pero, si se divorcia, sí pueda hacerlo, es decir, lo mismo que podría pasar en Argentina si se aprobaran proyectos de "unión civil" que impidieran a las personas unidas civilmente adoptar;

3) que, por último, la nueva ley ponía en una situación jurídicamente absurda a los hijos de las parejas de lesbianas concebidos por inseminación artificial con donantes anónimos de esperma, porque las lesbianas, con la nueva ley, podrían tener hijos, podrían criarlos juntas, podrían casarse, pero no podrían compartir la patria potestad de sus hijos.

El hecho de que el debate haya sido a la inversa permitió que la izquierda destrozase esa cláusula del proyecto del gobierno, que impuso su mayoría pero no supo defender su posición. Los socialistas no se animaron (pese a que, en cada discurso, los diputados de izquierda se lo reclamaban) a refutar ningún argumento ni dar ninguna explicación para alguno de los tres cuestionamientos citados, y se limitaron todos a decir que no iban a opinar sobre el tema porque el partido había incluido en su programa de gobierno el casamiento pero no la adopción conjunta, de modo que no tenían mandato para emitir una opinión.

El debate, que con relación a ese tema los socialistas perdieron por goleada (hasta la derecha les cuestionaba que eran hipócritas porque hablaban de igualdad ante la ley pero vedaban la adopción conjunta a las parejas del mismo sexo que, sin casamiento, ya podían adoptar), dejó en claro que la discusión sobre la adopción es una gran mentira, ya que la ley actual ya permite que gays y lesbianas adoptemos y, en el caso de las lesbianas, que tengan hijos por fertilización asistida, que esos chicos con dos mamás o dos papás ya existen y que negar la co-adopción para lo único que sirve es para privar a esos niños, que igualmente tendrán papás o mamás homosexuales, de derechos fundamentales que los hijos de parejas heterosexuales sí tienen, sin ninguna justificación razonable, como pasaba antiguamente con los hijos extramatrimoniales.

La izquierda les reclamaba a los socialistas que, aunque no estuvieran dispuestos a rever su posición en este punto, al menos explicaran qué pensaban, aunque sea a título personal, y si estaban dispuestos a debatirlo en el futuro, y todos se quedaron "callados, calladitos", como los chicaneó un diputado de izquierda y se negaron siquiera a dar una opinión sobre el tema, escudándose en que no estaba previsto en su programa, porque no tenían cómo explicar lo inexplicable.

Espero que estas cuestiones nos sirvan para nuestro propio debate. Cuanto más estudiamos los argumentos de los homofóbicos que se oponen a la igualdad, más claro queda que, además de homofóbicos, sin hipócritas, y que sus argumentos son fácilmente refutables.

Ojalá que el 14 de julio la democracia y la igualdad ganen en el Senado la batalla contra el prejuicio y el oscurantismo y podamos festejar que, por fin, somos ciudadanos y ciudadanas y tenemos los mismos derechos con los mismos nombres.

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