sábado, 2 de enero de 2010

El juicio: ni un paso atrás

"El juicio: ni un paso atrás" escribe Marta Valoy*.

Parecían cinco ancianos casi indefensos detrás del vidrio blindado. Un extraño aire de seguridad los muestra inofensivos. Del otro lado están las víctimas, muchos de ellos, hace treinta años eran niños, y hoy aguardan las palabras que hablen de justicia. Aguardan el consuelo de una condena después de una larga y paciente espera. Muchos creerán que sólo están vivos para eso. Dos espacios, en realidad, dos países con una clara diferencia: unos, de convicciones tenebrosas, seguros del resguardo que le darán Dios y la Patria, asociados entre sí para actuar corporativamente cuando haga falta ,aferrados a la certeza de la impunidad, certeza convertida en una estrategia que tuvo enorme éxito, reunió a los sectores más reaccionarios, a los hijos de la dictadura que se reproducen como un cáncer, rehizo estructuras, reformuló viejos proyectos archivados, levantó política y moralmente envileció a gran parte de la sociedad construyendo hipótesis tan perversas como la de la “guerra sucia” o el “por algo será”; los otros, apenas aferrados a los límites de la esperanza y de la memoria, con la dignidad de haber actuado sin violencia, confiados contra toda desesperanza en que la hora de la verdad había llegado. Los ancianos genocidas suben a los estrado, desafiantes, escupen infamias, se ensañan con las víctimas, usan con ignorancia y liviandad palabras viejas, agitan el patético discurso de la dictadura que resuena como un látigo en el espíritu de los que escuchan y dejan claro sobre qué tenebrosas nociones se asentó la represión. Reivindican para ellos el honor piden el reconocimiento perpetuo por los servicios a la patria, hablan de los rojos, de las bandas marxistas apátridas, de nuestro estilo de vida. La dictadura es justificada como instrumento del Espíritu Absoluto para alcanzar sus fines. Terminan pidiendo el juicio de la historia y el de Dios. Del otro lado, sólo se pide terrestre justicia y jueces imparciales. ¿Qué es exactamente el juicio de la historia? una frase hecha que no se traduce en ninguna forma de justicia Treinta años de impunidad lo confirman y ¿El juicio de Dios? ¿Cuando juzga Dios? ¿Los impíos ateos no gozarán de él? ¿Quién verá ese dictamen ¿ Será solo para los creyentes? Son sólo palabras ubicuas que suenan grandilocuentes, no tienen ningún efecto punitivo, pero suenan importantes, por eso todos la recuperan en sus discursos. Es un día particularmente difícil para la mansedumbre, para que la sangre no se alborote ante tanta injusticia.
La sentencia es rápida; los torturados y desaparecidos son números que la memoria no puede registrar, números por los que se absuelve a unos y se condena parcialmente a otros. El presidente del tribunal casi huye y los malos celebran. Las víctimas perplejas ante la infamia estallan en un grito que se estrella contra el blindex; hay que gritar para no morir, Los familiares de los genocidas sonríen complacidos y con ellos toda la infamia que perpetraron se actualiza. Los jóvenes lloran de impotencia y los medios filman lo que proyectarán cuando le sobre espacio de la frivolidad
El campo pasea su indignación por la renta menguada, porque tocaron las intocables ganancias. La sociedad se crispa, los acompaña desde una ingenuidad construida por la propaganda mediática. Hay cortes de ruta, caravanas con banderas celestes y blancas. Una larga hilera de camionetas doble cabina, señoras paquetas con sombreros y botas de cuero. La gente de a pie los acompaña; es una causa del pueblo: para los pobres, ni agua. Una tenebrosa organización criminal mató y torturó a la sombra de la impunidad, Privó a los asesinados de una tumba con su nombre, creo, en la escala del horror una categoría más temible que la propia muerte: la desaparición forzada. Hoy, la larga obstinación por justicia sentó en el banquillo a unos de sus miembros, pero el hombre de a pie escucha que la noticia más importante es la tormenta que se avecina y los partidos de fútbol de la primera fecha que se jugarán ese día. Cinco tenebrosos personajes vuelven a sus casas y nadie se indigna. La impotencia y la decepción son sólo de las víctimas.
Los desaparecidos no están con fuerza en la memoria colectiva, son figuras color sepia, como las fotos de unos álbumes viejos, idealizados y lejanos. Hay que clausurar el pasado, reconciliarse con los asesinos, clama la derecha. Originalidad argentina que le llaman. De ahí no se regresa.


Marta Ofelia Valoy
Hermana de María Isabel Valoy y Diego Guagnini
Desaparecidos por la Dictadura militar

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