domingo, 2 de agosto de 2009

EL PROFETA EZEQUIEL Y LOS SANTOS VARONES:

ROZITCHNER, León

La Iglesia Católica romana muchas veces prohijó la muerte; instaló el terror mortal en el sexo, en lo más elemental y pujante de varones y mujeres. Esta tradición, por suerte, fue excluida de sus costumbres y sustituida por métodos más persuasivos. Monseñores, en cambio, actualizando esa estela, citan al profeta Ezequiel para traernos de nuevo la imagen de la muerte como castigo merecido para el pecado.
No es extraño que acudan a uno de los profetas judíos que esgrime las amenazas más sanguinarias y crueles para marcar con el terror humano la ley divina en el cuerpo. Pero menos extraño es aún que monseñores acudan al mismo texto bíblico, entre muchos otros, en el que se apoyó también explícitamente la Inquisición medieval para realizar durante cuatro siglos la caza de brujas. Desde 1484, en una Bula de Inocencio VIII, la Iglesia Católica santificó el extermino, sobre todo de mujeres; pusieron en los temidos cuerpos de hembras, las lujuriosas, el lugar del Demonio. Este terror se expandió a fines del siglo XV hasta mediados del Siglo XVIII, y condujo a las torturas y a la hoguera a millares y millares y brujas y brujos, acusados de copular con el diablo. Desaparecieron en el fuego, dicen, casi un millón de personas. Bello capítulo de los "derechos humanos" para la religión del amor inmaculado. Por eso hemos incluido, como epígrafe, las citas del profeta Ezequiel, en quien tanto los inquisidores como los monseñores apoyan textualmente sus sagradas pulsiones intolerantes. Amenazan con la muerte de los cuerpos sexuados para limitar el desborde de la pasión y el amor puesto en las mujeres y en los homosexuales.
"Si el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, a causa del mal que ha cometido muerte. Y si el malvado se aparta del mal que ha cometido para practicar el derecho y la justicia, conservará la vida" (Ezequiel, 18) Citado por monseñor en su Misa para Varones como represalia a la querella presentada por Gays por los Derechos Civiles por cuanto ese personaje siniestro comentó que las lesbianas y los gays deberían ser encerrados en guetos.
"Yo los colocaré en las manos de los habitantes de Palestina, o sea los demonios, que habrán de avergonzarse de vuestras iniquidades, o sea de los pecados contra natura. Porque no hay pecado que dios no haya tantas veces castigado como ése, a través de la muerte vergonzosa por la mano de las multitudes" (Ezequiel, 19 citado en El martillo de las Brujas, Malleus Maleficarum) , pág. 92 y 378, ed.en portugués). Código escrito en 1484 por los inquisidores dominicanos Krames y Sprenger. Precedida de una Bula de Inocencio VIII.
"La espada, la espada está afilada y aun acicalada/ para desgollar víctimas está afilada, acicalada está para que relumbre/ ... /para entregarla en manos del matador.//Esta es espada de gran matanza que los penetrará./Para que el corazón desmaye y los estragos se multipliquen; en todas las puertas de ellos he puesto espanto de espada. Ah, dispuesta está para que relumbre, y aderezada para degollar" (Ezequiel. 21;9 a 15) Monseñor cita el parágrafo 18 de Ezequiel, los inquisidores del siglo XV citan el 19 y el 21. Yo agrego otros trozos del 21, que prolongan los anteriores. Se comprende el aire de familia y tradición que une a monseñor con los inquisidores.
La amenaza mortal en la cita que monseñor hace del profeta Ezequiel nos deja helados: nos quiere seguir curando, pero de espanto. No se preocupa por la significación humana y amorosa de los cuerpos, que es el legado cristiano: queda atrapado, la cruel mirada fija, en la mera materialidad de los órganos sexuales. Y si los inquisidores creían realmente que las brujas volaban como pájaros negros, los monseñores siguen creyendo que los homosexuales tienen "realmente" al demonio en sus cuerpos. No es una figura retórica ni una imagen literaria. Monseñores siguen pensando con los mismos textos y con las mismas categorías mentales de los inquisidores medievales. Lo cual es un peligro enorme para la ciudadanía, pues monseñor es el cardenal primado de la Iglesia Católica en la Argentina. Como es ya sabido, los sacerdotes que están en la iglesia hacen lo que sienten: han renunciado a la sexualidad como la expresión más acabada del espíritu. ¿Quién podría negarles su coraje? Pero desde la libre elección que han hecho sobre el uso de sus propios cuerpos, que nadie discute, algunos de ellos, irritados, están muy preocupados por lo que nosotros, los que vivimos nuestra espiritualidad en la carne misma, hacemos libremente con los nuestros. Y nos bajan línea tenebrosamente por interpósito profeta: nos vienen a decir, justamente a nosotros, bajo amenaza de muerte divina, cómo debemos vivir, y con qué afecto, nuestro propio cuerpo histórico y sexuado.
En el fondo de nuestra carne enamorada, por amor de padre y madre, todos llevamos también profundamente a un hombre y a una mujer, entrelazados por el amor, en nuestro cuerpo de hombre o de mujer históricos. En cada uno se vive esa cifra del amor tal como en su corazón, secretamente y por caminos inexplicables, se ha resuelto. El sacerdote católico, por conversión total, excluyó de su cuerpo la sexualidad inferiorizada, y renunció a ella. Con la misma libertad también debería pensarse que todo cuerpo elige desde sí, histórica e involuntariamente, la forma humana (hombre y mujer) que despierta su amor más entrañado, desde la más profunda marca jugada de su ser sensible y hasta místico; el objeto y la forma de su amor carnal privilegiado. Monseñor está muy preocupado con lo que cada uno hace, privadamente, con su propio cuerpo. Pero no le preocupa lo que con nuestro cuerpo hacen los otros, los que tienen el poder económico, militar y político. De todo el horror contemporáneo de todos los entrelazamientos contra natura y contra el hombre, monseñor descubre ante los fieles al enemigo principal, al lugar de residencia del demonio: en el modo como vivimos nuestro sexo.
Santos varones hubo que se macularon de sangre hasta el alma con la guerra sucia, donde se realizaron delitos atroces y aberrantes, pero les piden a los demás que tengan el cuerpo sexual puro y limpio. Monseñor no declama contra el escándalo de la pobreza, la expropiación de la vida, el hambre, la enfermedad y la desespiritualizació n convertida en rapiña. No, sólo quiere saber una sola cosa: qué destrucción de la forma canónica del amor detecta en la reivindicació n valerosa de un cuerpo que dice la verdad de su carne enamorada. Y allí se ensañan, con todo el viril y santo ardor estos varones, con la mirada inquisidora fija en las entrepiernas. Santa preocupación, en verdad, frente a la muerte histórica que estamos viviendo, mientras los mercaderes, que siguen yendo al templo, no ven al inocente Jesús que se quedó sólo en un rincón, crucificado con su amor, indefenso. Necesitan separar al espíritu de los orines y las heces, entre los que nacemos como dios manda. Soportan los hedores de la expropiación de la vida cotidiana, como antes consagraron la "purificación por la sangre" ajena en los asesinatos y los crímenes atroces que algunos estimularon en los genocidas. Apoyan ahora con fervor la "modernizació n" capitalista, aniquiladora de millones de personas, avalando la lógica cuantitativa y monetarista de neoliberalismo. Privilegian como dogma de fe al "materialismo" de la economía de mercado: se rinden, espirituales, a la crueldad inmisericorde de las leyes de hierro sin sujeto humano. Allí se olvidan de los cuerpos dolorosos, de los millones de inocentes crucificados; no son cuerpos sexuados los cuerpos destruidos, los angelitos tiernos que se van de la vida, los viejos explotados a los que les ofrece el suicidio como único viático, los pechos vaciados de las mater dolorosas de los barrios de lata. La opción por los pobres es como siempre, simbólica: cumplen con lavarle los pies a uno de ellos humildemente, una vez al año. Y no hay escándalo en este horror de la miseria y el hambre, en el país de la abundancia, de las mieses y el ganado: esos cuerpos sufrientes de varones y mujeres, en su realidad carnal, son cuerpos simplemente despreciados. Sólo buscan en el cuerpo individual, en el centro de su forma sexuada, la marca mortal del pecado.
Quieren volverlos a aterrorizar con la amenaza de muerte, la tortura moral, ahora por abajo. No hablan de los grandes gozadores de esta realidad obscena. No hablan de "pecado" que lleva ahora nombre económico, productor de muerte y envilecimiento; no traducen "demonio" por "libre economía de mercado", que se pasea a sus anchas devorando la vida de los inservibles cuerpos pobres. Y ahora, a la implantación de la pena de muerte tantas veces pedida por el doctor Menem, monseñor le agrega la suya para que penetre en la libre fantasía de los cuerpos sometidos. Quiere someterlos una vez más hincando el diente del terror en la promesa del asesinato divino de los pecadores por el sexo. Necesitan ratificar el terror a la muerte y volver a incluirla profundamente en el imaginario inconsciente de la gente, allí seguramente donde varones y mujeres se confunden, donde todos soñamos sueños necesariamente impuros y no santos. Los desvelos morales de monseñor en su ampliación desmesurada para estos tiempos de crisis nos enseñan que el modelo del uso del cuerpo sexuado es una premisa necesaria para el orden despótico y para la expropiación de la vida en el trabajo. Monseñor le proporciona a la expropiación económica el orden cerrado del cuerpo inmaculado, trabajado por la culpa infantil, separado tajantemente en mujer y hombre, sin mezcla, incontaminado, porque el Espíritu y la Razón Absoluta son de machos varones que las tienen bien puestas. La razón patriarcal nos conmina: el poder de la sexualidad masculina sobre la mujer, donde se asienta la razón occidental, debe permanecer intangible. No debe aparecer ni una mácula de mujer en el hombre: contaminaría lo absoluto de la razón patriarcal de los santos varones. Y así como cortan la relación de expropiación económica que liga a la riqueza con la pobreza que produce, y convierten a la propiedad en algo esencial y no histórico, como si la propiedad capitalista circulara por las venas, también excluyen la relación del hombre con la mujer y presentan a cada cuerpo como separado con el deber de ser inmaculado. Sería un horror que en el cuerpo del hombre apareciera una pizca siguiera de la marca femenina animada en el cuerpo místico que la homosexualidad denuncia y según ellos ultraja. Se olvidaron de que el hombre de Adán se abrió de costillas para parir a la mujer en el cuento de la Biblia. Sería también un descubrimiento horrible pensar como Platón, que en el origen fuimos andróginos, que la mujer o el hombre que buscamos afuera estuvo ya, abrazado, en uno mismo. Muchos no toleran ver que los sueños se realizan. El poder necesita esta corta radical entre hombre y mujer, como radical es la diferencia entre ricos y pobres. Así como en el hombre no hay nada de mujer, en la riqueza del rico no hay nada del pobre. Y para cortar en dos sirve la espada. Desvían la mirada espiritual y moral de la gente para que los reprimidos y los liberados se enfrenten. Vuelven obsesionados a ese lugar de horror sexual del torturador medieval: escudriñan las braguetas, levantan las faldas de las mujeres, espían los lechos, vuelven a buscar la razón de nuestro cotidiano horror, lo más terrible que nos está pasando, en el uso de las partes pudendas de la buena gente. Y todo lo demás, lo verdaderamente destructivo, monseñor lo pone a cuenta de los diarios y la tele, y sobre todo a cuenta del "ídolo". Dinero, así en abstracto. O del capitalismo, pero del "salvaje", que no sería este que él aprueba. El "dinero" es ídolo, nos dice. Lo que no nos dice es que tras la estatua de piedra del demonio la pérdida piedad del saber y de la verdad se esconde. Pero la teoría económica en serio develó el secreto de aquello que monseñor, a esta altura del partido histórico, todavía piensa y siente con categorías bíblicas: el "idolo-dinero" , el Becerro de Oro. Tuvieron que aceptar, tardíamente como siempre, que la Tierra no era el centro del orbe, luego de calcinar los cuerpos que enunciaban una verdad que contrariaba el dogma. Ahora monseñor quiere que pensemos al capitalismo con las categorías imaginarias de la antigua sociedad agraria. Pero el "fetichismo" diabólico del dinero ha sido ya desnudado en su verdad por el espiritualismo ateo; el dinero sirve en el capitalismo sólo como un medio para la cuantificació n abstracta del trabajo del cuerpo pleno del expropiado. Sirve en el monetarismo para que las relaciones sociales aparezcan, excluídos, sólo entre las cosas. El cuerpo del hombre, ese que preocupa tanto, es el valor de uso que el monetarismo utiliza como valor de cambio. A monseñor no le inquieta el "uso" que hace del cuerpo el valor de cambio; no es una verdad sagrada. Y para que en el "ídolo" dinero no descubramos al monetarismo neoliberal que en él se esconde, monseñor vuelve a desempolvar la imagen del "becerro de oro". Pero en el raconto bíblico judío, como muchos saben, el "becerro de oro" no simboliza al dinero sino a la madre ubérrima y tierna, excluida la muerte por el monoteísmo judío. Porque el becerro de oro era, en una sociedad agraria, una vaca de ubres plenas de leche y miel, símbolo de una diosa femenina para sus adoradores. Era de oro porque destellaba de luz materna; no expresaba la adoración de los judíos al dinero en que el antisemitismo la convirtió luego. Habría que decir, para ser consecuentes con la historia moderna, que los adoradores del Oro sin becerro son, entre nosotros, los cultores de esa nueva fe sagrada y absoluta: el dios del neoliberalismo, y su arcángel Cavallo. Y así se fetichizó el cuerpo sexual "normalizado" , bien separadito, sin mácula de hembra loca y temida, desbordante de vida y de placer, e hicieron del varón unilateral una unidad pura cerrada sobre sí misma, sin feminidad, sin marca sensible materna. Un cuerpo patriarcal es un cuerpo del cual cada hombre inferiorizó en sí mismo lo que tiene de mujer-madre aunque la convierta en santa. Este aporte del poder imaginario religioso le vino de perillas al capitalismo: la razón cuantitativa y expoliadora, que todo lo computa en números, encontró la posibilidad de cuantificar la vida cualitativa de los cuerpos sexuados despreciados. Y se asombran ahora, cuando el valor espiritual del cuerpo ha sido casi aniquilado entre nosotros, de que la sexualidad vuelva a aparecer desbordante, buscando en el único índice de vida humana que nos queda, el encuentro primigenio, insublimable entre los seres humanos.
El primer "ídolo", la unidad básica del despotismo, es el cuerpo sexual pero congelado y separado, hombre y mujer: "Los nenes con los nenes y las nenas con las nenas". O en versión más moderna: los nenes con los penes y las nenas con las penas. ¿Por qué asombrarse de que luego esta separación infantil a veces se prolongue en el amor adulto? Al excluir radicalmente al otro sexuado en uno mismo hacen aparecer a los sexos puros, enfrentados y aterrados de la diferencia como si fueran contrarios. Sólo nos plantean la "lucha de sexos" y luego, como resultado nuevo, la separación productivista del trabajo, pero sin lucha de clases. Para que la lucha de sexos predomine y queden encubiertas, tras de ella, las sociales. Quieren acentuar la clave fundamental y más arcaica del despotismo. Algo más todavía. El despotismo imperial inflamado de fe de monseñor no es nada democrático: es totalitario. Está contra las leyes de la República y viola la Constitución. Pretende que las leyes de su dios y de su religión sean, bajo amenaza de muerte, válidas para todos (aún para los nos creyentes) que, como nosotros, respetamos las suyas. "Amar a dios por sobre todas las cosas es acatar sus leyes, que son para todo ser humano, y no sólo para los católicos", nos dijo. ¿Se entiende? No son las leyes de la Nación, que nos dio una Constitución y no una Biblia como Carta Magna, sino las leyes que monseñor, por encima de las leyes de la Nación, quiere imponernos a todos. Que no son siguiera las que proclamó Jesús, las del amor, sino las de la Inquisición y la hoguera medieval de Inocencio VIII. Monseñor es un inquisidor en pleno siglo XX: sueña el viejo sueño del Estado Teocrático.


ROZITCHNER, León "Analizando los argumentos de Monseñor" PAGINA/12-Futuro 2/3 10/04/93 Bs.As. Arg.


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