lunes, 22 de febrero de 2010

Identidad, rompecabezas para armar.

Adopción, un film sobre la homoparentalidad atravesado por el fantasma de la apropiación de niños durante la última dictadura

Germán Alemanni

21.02.2010



Cada vez que puede, Juan pasa horas uniendo las piezas de los modelos de viejos aviones de combate que dejó inconclusos cuando niño. Lo hace con el mismo esmero con el que arma el complejo rompecabezas de su identidad. Con el que va encajando las incógnitas sobre sus raíces con las certezas que halló desde que están en su vida Ricardo y José, sus papás.

En Adopción, la película que se presentó en la última edición del Festival de Mar del Plata y se estrena el próximo 25 de febrero en Buenos Aires, David Lipszyc se atreve a confrontar con uno de los prejuicios sociales más enquistados: la homoparentalidad. El director y guionista atraviesa los anhelos, las inquietudes, los prejuicios, el coraje y las reinvenciones que debe poner en acción un gay para cumplir con su deseo de ser padre.

“La adopción es rara porque alguien decide cuidar a otra persona sin amarla todavía. Es como dar el sí en el matrimonio sin estar enamorado. Es un acto de voluntad, deseo y fe”. (Ricardo)

Lipszyc ideó su documental partiendo de un caso real que se remonta a la dictadura. Con la suma de elementos ficcionales, relata la historia de Ricardo, un profesional que está en pareja con José y que decide adoptar a Juan, nacido en 1976 y cuyo espíritu –algo solitario– lo distingue del resto de sus compañeros del orfanato. Un chico que empieza a manifestar dolorosa y prontamente que sus orígenes distan de los escritos en su legajo. Y es ahí donde el fantasma de la apropiación de bebés anuda otro giro dramático al relato.

“No tenía idea de cómo era una mamá. Pocos podían decir qué era una mamá. (…) Con una botellita jugábamos a ver quién era el próximo que conseguía una. No recuerdo haber salido elegido”. (Juan)

“Lo que me conmueve de esta historia y no de otra es que tiene el mismo núcleo que yo quizás experimenté como padre. Sea biológico o no, un chico siempre es adoptado porque adoptar significa cuidar, amar, educar”, dice Lipszyc. Desde un punto de vista que en varios tramos de su trabajo cede a Ricardo y José, al director le interesó hacer un aporte para terminar con la “injusta negación del derecho de todas las personas a tener una familia”.

“Yo quería tener un hijo. Mi pareja me acompañó. (...) No mentí, pero tampoco dije que era gay. ‘¿Estado civil? Soltero. ¿Vive solo? Sí’. Una mentirita. (...) Es natural que una mujer quiera adoptar, pero no un hombre soltero, gay”. (Ricardo)

Juan tiene 8 años cuando Ricardo repara en él. De pronto, se evaporan los chicos que revoloteaban en el jardín con una naturalidad aprendida a fuerza de saberse observados, de implorar ser rescatados del naufragio. Ricardo y Juan no se confiesan los nervios. Se acercan con timidez, con torpeza. Se sientan sobre el pasto. Y encuentran, sin demasiada dificultad, la punta de un ovillo que ya lleva casi treinta años.

Valeria Paván es psicóloga y responsable del Área Salud de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). “En gays y lesbianas, el deseo de un hijo es más genuino y claro. En general, un heterosexual no se plantea tantas cosas al momento de pensar en tener un niño. Quienes viven de manera diferente a la esperada socialmente hacen una elaboración mucho mayor de su paternidad o maternidad”, señala.

“De repente, llega alguien, te elige y tu vida cambia”. (Juan) “Uno fantasea con darles una vida nueva como si ellos no tuvieran ya una historia”. (Ricardo)

El proceso de elaboración del que da cuenta Paván atraviesa de principio a fin el “docudrama” de Lipszyc. De hecho, Ricardo, el protagonista, se atreve a desafiar el sistema represivo que sobrevivió a los militares no sin antes interrogar su propia identidad, el tipo de pareja que había armado con José hasta adoptar a Juan y la que tendría a partir de la adopción, los alcances y límites de su paternidad, la ausencia de la figura materna, qué valores –a riesgo de ya no ser fundantes– querría imprimir en un chico de 8 años.

“En una de las primeras salidas, nos encontramos ‘casualmente’ con José. Se lo presenté como un amigo. Se hicieron compinches. Salíamos, jugábamos. El paso estaba dado”. (Ricardo)

En Adopción, quizás por ser un relato mayormente centrado en los 80, cuando la primavera democrática pretendía estar exenta de putos, Ricardo y José prefieren no poner en palabras un amor al que daban por sobreentendido. Tal decisión acarrea contradicciones en Juan, terreno que transita con tensión. El orgullo que siente hacia ambos parece extraviarlo a la hora de enfrentarse con el afuera. Lipszyc refuerza el contrapunto al sumar a ese testimonio imágenes del ayer, que muestran feliz a Juan, a punto de soplar las velitas de su cumpleaños.

“Cuando Juan empezó a convivir con nosotros no sabíamos qué hacer. Decidimos vivir juntos. (…) Cómo mantener nuestro afecto y autenticidad si ocultábamos nuestra relación amorosa”. (Ricardo)

“Me preguntaban quién era José. ‘Mi padrino’. Otras veces me enojaba: ‘¡José es José!’. Sabía quién era José. (…) Hay cosas que uno sabe sin saber, sin necesidad de decir”. (Juan)

Tanto con sus pacientes como con los grupos que coordina en la CHA, Paván observa que “las familias homoparentales y sus integrantes no tienen mayores dificultades” a la hora de vivenciar vínculos que se apartan del mayoritario. “El choque (frente a los dictados heterosexistas) puede ser fuerte, pero no insalvable. El problema puede aparecer en algunas situaciones sociales. Cuando el hijo de un hombre o una pareja gay va a la casa de un amiguito o cuando éste viene de visita. Desde el prejuicio, los putos se la pasan cogiendo y, en verdad, tienen la misma cotidianeidad que cualquier familia”, dice.

Paván explica el temor que puede haber asaltado a Ricardo cuando confiesa rechazo a la sola idea de perder su hijo. Es que la homofobia en materia de adopción persiste hasta en los gobiernos que enarbolan las banderas de los derechos humanos y la igualdad de oportunidades. “Cuando se filtra en un expediente la orientación homosexual del adoptante, lo más probable es que el proceso sea cerrado”, advierte. La “mentirita” que Lipszyc pone en boca de su protagonista en 1982 es la misma que cualquier Fulana o Mengano debe sostener en 2010.

“Una vez estábamos viendo una película con zombis saliendo de sus tumbas. Juan me agarra la mano cada vez más fuerte y me dice: ‘Pa, ¿la dejamos para otro día?’. Yo casi muero de ternura. Era la primera vez que me decía ‘pa’”. (Ricardo)

El deseo suele imponerse a la sinrazón, el sistema tiene grietas y se multiplican los chicos y las chicas que tienen en jaque a una arquitectura legal tan vetusta como los repollos y las cigüeñas. Ser guía del crecimiento de Juan es un desafío que José y Ricardo afrontan. Mal que les pese, la historia de su hijo los precedía. Ricardo une las pesadillas tempranas de Juan con sus posteriores arrebatos de violencia. Recurre a la Justicia a exigir los datos que le fueron vedados. Empieza a armar, él también, el rompecabezas. Sale en búsqueda de la madre por la que el hijo pregunta. Descubre que Juan fue un botín de guerra. Y corre un telón insospechado.

El Ricardo de Lipszyc echa algo de luz a la noche cerrada de la dictadura. Habla del delicado vínculo entre tres hombres, de crímenes todavía impunes. “Nuestra identidad se resquebrajó en ese tiempo y todavía buscamos quiénes somos”, dice el director.
Juan, aún hoy, lo sigue haciendo.

Una trama macabra que sigue vigente

Hay algunas decisiones estéticas que no pueden considerarse buenas o malas sin más, sino justas o injustas. Más allá de los logros o deméritos de Adopción, el film de David Lipszyc, lo interesante es la justicia de su elección formal. Toca dos temas: la posibilidad de una pareja homosexual de tener una familia y las consecuencias de los crímenes de la dictadura. Ambas cuestiones son puntualmente urticantes aún para gran parte de los argentinos. Lo que el realizador plantea es un falso documental; esto permite eludir –hasta cierto punto- las obligaciones de la narración tradicional, de la manipulación de los hechos para que causen cierto efecto de acuerdo con curvas dramáticas prestablecidas. No es el caso: dado que Lipszyc está más interesado en el tema y sus consecuencias que en llegar a la emoción mediante las trampas de la ficción, la elección resulta justa. Así, casi como si integrara el documental al policial, el film va destejiendo una trama macabra que sigue vigente en la discriminación y los oídos sordos a la realidad.

Leonardo M. D’Espósito


Extraído de Crítica Digital - edución impresa 21/02/2010.

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