viernes, 1 de mayo de 2009

Crisálida abrió sus puertas

El jueves 30 de abril, Crisálida Biblioteca Popular de Género, Diversidad Afectivo Sexual y Derechos Humanos abrió sus puertas en el marco del cumpleaños de la fonda cultural El Árbol de Galeano.
Para conocer sobre Crisálida, visite este enlace www.crisalidatucuman.org
Para ver imágenes de la apertura visite este enlace

Compartimos el texto que el escritor y poeta tucumano Manuel Martínez Novillo escribió especialmente para la ceremonia de apertura.


Inauguración de la Biblioteca Crisálida

A todos nos ha ocurrido, sin dudas, la desgracia de soñar la noche larga de una gran ciudad en la persecución de un monstruo sin rostro. Una criatura voraz que logra infundirnos el miedo insoportable de la fatalidad, de que de un modo u otro su paso incansable quebrantará nuestra resistencia. Así, hemos aprendido a vivir con la amenaza de que hay algo en la ciudad que podría acecharnos desde un confín anónimo. Por razones, que sabrán apuntar sociólogos u otros hombres de ciencia, las ciudades llenas de gente se han convertido en lugares solitarios. Y el encierro de la multitud nos ha llevado a desconocer lo lejano al punto tal de que ha llegado a aterrorizarnos. La ciudad se ha convertido en ese monstruo.
Charles Baudelaire, quien acaso haya previsto la poesía del siglo siguiente al suyo, escribía en su libro Pequeños Poemas en Prosa:

¿Quién es ese de nosotros que, en sus días de ambición, no ha soñado el milagro de una prosa poética, musical, sin ritmo y sin rima, lo bastante flexible y lo bastante sacudida como para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoñación, a los sobresaltos de la conciencia?

A la frase siguiente nos revela: “Es sobre todo de la frecuentación de las ciudades enormes, del cruce de sus innumerables relaciones, que nace ese ideal obsesivo”. Tiempo después el controvertido poeta de origen norteamericano Ezra Pound, a quien sin dudas puede atribuírsele una agudeza y una sinceridad ensayística sin igual, dirá, y acaso intentará demostrar en su obra, que ya no hay tales cosas en poesía como forma y contenido. No puede distinguirse lo que uno quiere decir de la forma en que ha decidido decirlo: la poesía no establece ya tal diferencia. El cruce de esa ciudad enorme ha llevado a cabo su ideal obsesivo; la sacudida de los movimientos del alma nos ha condenado a tener que nombrar de una manera distinta. Algo ha sucedido en esa ciudad. Alguien ha despertado a ese monstruo temerario que nos ha revelado una parte oscura de nosotros, nos ha lanzado a la búsqueda en un terreno desconocido. Podríamos decir que el encierro tiene una cara abrumadoramente positiva además del terror. Hay en él un estallido ensordecedor que ha trocado el rostro amigable de nuestro hogar, pero que a la vez nos a lanzado al más edificante desafío: el de cartografiar los sitios no habitados de nosotros mismos.
Pero el animal ha tenido más de una forma de mostrar su furia. El desconocimiento ha sabido engendrar la contra-cara del magnífico desafío del descubrimiento: ha disciplinado a los ejércitos de la noche, los verdaderos cazadores de nuestras sobresaltadas pesadillas. Les dijo que no había razón alguna para que la parte oscura de la ciudad salga a relucirse, les hizo temer esa amenaza como se teme el resentimiento de un nuevo ángel expatriado del cielo, como se teme el lado que no es meramente útil de la verdad: el lado incómodo. Hemos sido testigos de la maldad sin límites. Un manifiesto infinito por mantener la oscuridad en el lugar donde, dicen, pertenece. La muerte es un compañero habitual de los que soportaron la condición de ser distintos. Como el delirio megalómano del capitán Ahab en Moby Dick, la religión de la normalidad parece ser el deseo del que puede gritar más fuerte o disparar más rápido.
Hoy estamos en presencia de una forma distinta de llenar el vacío del desconocimiento. Una propuesta mucho más antigua que Baudelaire, Pound o el verso libre. Hoy es el amor quien ha querido que un grupo de jóvenes se pregunte de qué trata la soledad. Puedo soportar las acusaciones de ingenuidad sin problemas, por eso diré que tiendo a creer que la pregunta más pura por la condición de nuestro encierro es la de cuál es nuestra particular manera de amar. Va a achacárseme también la falta de definiciones políticas. Por supuesto, porque estoy hablando de algo mucho más complicado que las soluciones de una mesa de debate o de una planificación de conferencias, estoy hablando de la manera de estar en paz con lo único que está en nosotros mismo y es capaz de matarnos. Creo que esos cojos que rondan las cortes o los imperios de la ideología terminan devorando su propia inteligencia, aplastando su talento, pero no puedo probarlo. Estimo que la cojera les infecta hasta lo más profundo de su dignidad y confunden a los amigos con los enemigos, o convierten su ideología en una montaña de cacharros unidos únicamente por la inquebrantable bandera del resentimiento y la envidia. Es que los otros son tan asquerosamente egoístas como para intentar estar en paz con ellos mismos.
De seguro entre estos jóvenes los habrá valientes y capaces de arriesgar su amor para darle dirección al viento, y también estarán los otros, entre los que debo contarme, que los seguirán bien de cerca. Y todos serán igualmente héroes, cada uno con su versión del vacío del mundo. A Don Quijote le bastó una biblioteca para crear un universo maravilloso, ¿y no es eso de lo que trata todo al fin y al cabo?, de una biblioteca, una versión del mundo. Borges decía jactarse de los libros que le había sido dado leer, otros lo harían de los que les había sido dado escribir. Yo voy a entrometerme en ese orgullo y voy a jactarme de una biblioteca que abre las puertas para que algunos encuentren las respuestas de su condición. De seguro serán los menos, pero serán suficientes: el mundo entero cabrá en los mapas de su libertad.
De la pluma de Ricardo Reis, uno de los heterónimos del portugués Fernando Pessoa, es este breve poema sobre el amor que deseo compartir con ustedes esta noche:

Lidia, ignoramos. Somos extranjeros
Dondequiera que estemos.

Lidia, ignoramos. Somos extranjeros
Dondequiera que moremos. Todo es ajeno;
Ni nuestra lengua habla.
Hagamos de nosotros mismos el retiro
Donde escondernos, tímidos ante el insulto
Del tumulto del mundo.
¿Qué más quiere el amor que no ser de los otros?
Cual un secreto dicho en los misterios,
Sagrado sea por nuestro.

Baudelaire pidió una prosa poética capaz de sortear las ondulaciones del ensueño para abarcar la parte desconocida que la ciudad nos estaba mostrando, los jóvenes fueron más al fondo a buscar un lugar que pueda albergar lo más escondido de su mundo. Qué más quiere el amor que ser una íntima revolución, un enorme misterio. Y qué vulgar y precaria nos resulta ahora la pregunta acerca de si amamos a hombres o mujeres, de si el amor establece semejante diferencia. De seguro, se exaltarán algunos buenos señores de ciencia; pondrán el grito en cielo los profetas del bien y del mal y hasta los santos libertarios, quizás, no sabrán qué hacer en el hermético palacio de sus dichos: todos ellos por igual obnubilados en la prolija parcela de su verdad universal.
Sí, sin dudas, algo le ha sucedido al monstruo de la ciudad. Puede que ya no tengamos más paraísos e infiernos, Adanes y Evas. Puede que ese sea un precio demasiado caro a pagar. La palabra más difícil es la que ha de cambiar el curso de los hechos. Ya ha sido dado el primer paso. El futuro, de seguro, nos depara muchas nuevas batallas que librar, mas yo no veo nada tan alentador como la oportunidad de escribir desde cero una nueva mitología.

Manuel Martínez Novillo (h)


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